En
1854, Florence Nightingale estaba buscando nuevas oportunidades de
demostrar sus aptitudes, por ejemplo en tanto que enfermera jefe en
algún hospital de Londres, cuando estalló la guerra de Crimea. Su
amigo Sidney Herbert,
al frente de la Secretaría de Guerra y al tanto de los problemas
sanitarios del ejército, posibilitó su
traslado
y el
de un
grupo de enfermeras a la zona de conflicto.
La
organización de los hospitales británicos durante la guerra no era
probablemente más deficiente que la última vez en que fue puesta a
prueba, cuarenta años antes, durante las guerras napoleónicas. No
obstante, durante la guerra de Crimea la sociedad tenía mayores
expectativas y la población estaba mejor informada del desarrollo de
los acontecimientos gracias a las noticias del frente que enviaban
los corresponsales de prensa. La preocupación por el bienestar de
los soldados que se manifestó como una oleada en la opinión pública
permitió al Secretario de Estado para la Guerra, Sidney Herbert,
tomar esa medida radical.
La
designación de Florence Nightingale para dirigir a un grupo de
enfermeras no tenía precedente alguno. Ninguna mujer había ocupado
antes un puesto oficial en el ejército y su nombramiento podía
tener resultados interesante, ya que se trataba de una enfermera
experimentada, muy inteligente, pero nada dispuesta a aceptar órdenes
de una jerarquía cerril.
Llegadas
a Estambul, a Selimiye en Escutari, se encontraron con que los
soldados heridos recibían tratamientos totalmente inadecuados por
parte del sobrecargado equipo médico, mientras que la oficialidad
era indiferente a esta situación: Suministros médicos escasos,
higiene pésima, infecciones comunes y, generalmente, fatales.
Durante su primer verano en Escutari, 4.077 soldados perdieron la
vida allí. Fallecieron diez veces más soldados de enfermedades como
tifus, cólera o disentería que de heridas de guerra.
Las
condiciones en el hospital de las barracas eran tan nocivas para los
pacientes debido al hacinamiento, a los deficientes desagües
sanitarios y a la falta de ventilación. El gobierno británico
destinó una Comisión Sanitaria a Scutari en marzo de 1855, casi
seis meses después de la llegada de Florence Nightingale, que
efectuó la limpieza de los vertederos contaminantes y mejoró la
ventilación.
A partir de esas medidas el índice de mortalidad bajó rápidamente.
Otros
autores, como Alex Attewell, dicen
que Florence entendió inmediatamente cuál era la situación
en Escutari. Como no deseaba ganarse la antipatía de los médicos,
lo que habría dificultado las posibles reformas, sus primeras
medidas fueron someter a sus enfermeras a la autoridad de los médicos
e instalar una lavandería en el hospital. En tan sólo un mes ya
había conseguido mejoras en el mantenimiento de las salas, había
obtenido ropa de cama y prendas nuevas para los soldados y había
mejorado las comidas del hospital. Quizá sea esta la causa del
párrafo anterior.
Además
de supervisar la asistencia a los pacientes, escribió cartas en
nombre de los soldados, organizó un sistema para enviar dinero a sus
familias y proporcionó juegos y cuartos de lectura a los
convalecientes. Se enfrentó tanto con las autoridades militares como
con el servicio de intendencia y no dejó ni un momento de descanso
al director de los servicios médicos militares.
El
creciente interés del público por sus iniciativas dio a su opinión
una fuerza de la que no disponían los reformadores en las filas del
ejército. Muchas de las recomendaciones de la directora de
enfermeras al Secretario de Estado para la Guerra se convirtieron
rápidamente en nuevos reglamentos militares.
Si
su genio administrativo la hizo ganarse el respeto de la reina
Victoria y de muchos de los miembros del gobierno, lo que suscitó el
cariño del pueblo británico fue la atención y el cuidado que
dedicó personalmente a los soldados enfermos y heridos. Se dice que
cada noche recorría los seis kilómetros de pasillos del hospital y
un soldado agradecido recordaba cómo besaba la sombra de la “dama
del candil” cuando ésta pasaba por su lado.
Florence
Nightingale se convirtió en un símbolo de esperanza en una campaña
militar que, por lo demás, fue desastrosa.
En
noviembre de 1855, en el momento en que la popularidad que ganó
Florence durante la guerra de Crimea había llegado a su apogeo, un
grupo de seguidores suyos organizaron una reunión pública en
Londres con el fin de reunir fondos para que, a su regreso a
Inglaterra, pudiera llevar a cabo la reforma de los hospitales
civiles mediante la creación de una escuela modelo de enfermeras y
de auxiliares de hospital. El Fondo Nightingale nació con muy poca
colaboración de aquella cuyo nombre había adoptado; ésta, por
aquellas fechas, se hallaba inmersa en los problemas de la guerra. No
le prestó atención hasta 1860, e incluso entonces tuvo que afrontar
otros problemas apremiantes.
Cuando
volvió a Inglaterra, Florence se indignó al comprobar que las
autoridades no parecían dispuestas a investigar demasiado sobre la
desastrosa organización que había causado en Crimea 16.000 muertos
por enfermedad frente a 4.000 muertos en el campo de batalla.
Inmediatamente montó una campaña para la creación de una comisión
investigadora, y el asunto no concluyó hasta 1860.
Según
el biógrafo crítico Lytton Strachey, “Escutari le había
proporcionado conocimientos, pero también le había dado poder: su
inmensa reputación la sostenía; era una fuerza incalculable”
(1918). En realidad, el “poder” de Nightingale era algo más
sutil que lo de parecía dar a entender Strachey, pero aun así era
irresistible.
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