lunes, 20 de abril de 2015

La recluta imperial

Vamos a mirar algo pocas veces sopesado: los métodos de reclutamiento en la edad media y en la edad moderna. Es decir, hasta el 1600 aproximadamente. Nos basaremos en un artículo de Antonio José Rodríguez Hernández publicado en Desperta Ferro.

Las guerras de la península itálica durante el siglo XVI enseñó a los Reyes Católicos que los modelos tradicionales de levantamiento de huestes utilizados en la Reconquista no valían para una lucha lejana que reclamaba tropas de forma continua y de calidad.

Arrabales de San Quintín (Ángel Pinto)

Desde un primer momento, la movilización de tropas hasta la caída de Granada se basó en el alistamiento de milicias y contingentes por parte de concejos, nobles y prelados, en la que se mantuvo una limitada pero esencial presencia de los que podríamos designar como profesionales, ya fueran los jinetes y contingentes de la Casa Real, ya las pocas compañías de especialistas y mercenarios encargados fundamentalmente de las armas de fuego. Los métodos de guerra de la Reconquista podían mantener importantes contingentes de tropas por poco tiempo, solo durante la campaña estival.

Ante estos problemas se desarrolló en la Monarquía Hispánica el sistema del que derivarían los tercios. Estas unidades estuvieron formadas exclusivamente por españoles hasta 1584, cuando los italianos empezaron a ser encuadrados también en tercios, lo que se extenderá a borgoñones en 1598 y a valones, irlandeses e ingleses a comienzos del siglo XVII.

El resto de las naciones que formaban el ejército de la Monarquía Hispánica servían a través del sistema regimental, un servicio mercenario sobre el cual el propio monarca no podía ejercer control, ya que no elegía a los oficiales designados por los propietarios de las unidades, los encargados de reunir los contingentes- e incluso los regimientos impartían su propia justicia al margen del resto del ejército en el que estaban encuadrados.

Batalla de Gemmingen (Ángel Pinto)

Los soldados españoles de los tercios eran voluntarios que pretendían ganarse la vida, adquirir honor y reputación o ascender socialmente, posibilidades que durante mucho tiempo el ejército ofreció. Sujetos animados ante el hecho de que el ejército español contaba con una estructura profesional clara, en la que los ascensos y remuneraciones eran acordes al valor y la experiencia. Cuando se alistaban firmaban un compromiso que los ataba al ejército hasta que murieran o fueran licenciados por el rey. Este contrato tenía un carácter privado entre ambas partes, por lo que los municipios de origen o los lugares donde se alistaban no tenían obligaciones particulares en el reclutamiento más allá de colaborar con los oficiales enviados por la Corona para proceder al enganche voluntario.

¡Verdad que siena muy contemporáneo? ¡Claro! Es el estado quién encuadra a sus defensores. Pero en la edad media los deberes militares se habían exigido a nobles y concejos, responsables del reclutamiento y del aporte de tropas, más bien mesnadas, a la corona.

La nueva guerra renacentista necesitaba oficiales y soldados con disciplina y preparación, que estuvieran siempre movilizados. Estas tropas formarán el primer ejército permanente de Europa tras la caída del Imperio romano, algo que ha costado mucho tiempo reconocer a la historiografía militar europea. La Monarquía Hispánica guerreó de forma continuada por lo que desde las primeras décadas de! XVI contó con unidades permanentes, especialmente en Italia, adelantándose en más de 100 años al resto de países europeos.


Por ello España desarrollará un sistema militar diferente, desechando las huestes feudales para concentrarse en captar soldados profesionales que solo debían rendir cuentas ante el rey y el Consejo de Guerra. Eran soldados de élite que serán desplazados para actuar en todos los conflictos debido a su profesionalidad y veteranía.

Las necesidades del imperio crearon también una forma peculiar de recluta centralizado y controlado directamente, el más avanzado, que requería una administración desarrollada y moderna, la necesidad de manejar importantes cantidades de dinero en metálico para hacer frente a los costes por adelantado y, fundamentalmente, una organización militar profesional que mantuviera y se ocupara de los soldados todo el año. La técnica necesitaba una enorme coordinación administrativa, de ahí que no fuera fácil y que
primero se extendiera solo por Castilla y más tardíamente por Navarra y Aragón.

El proceso con voluntarios se mantuvo casi invariable desde mediados del reinado de Carlos V. La administración militar era la encargada de gestionar, regular y pagar todo el proceso, representada en las primeras fases por el Consejo de Guerra, que era el encargado de determinar el número de soldados que se pretendía reunir por cada capitán y el área concreta donde se iba a desarrollar el alistamiento.


El reclutamiento en España era un monopolio real, y sin el expreso consentimiento del rey no se podía batir un tambor o arbolar una bandera para reunir soldados. El alistamiento de tropas en Centroeuropa o en otros países no estaba tan sumamente controlado como en España, lo que hacía que muchos empresarios tuvieran como negocio el reclutamiento de contingentes de soldados, los cuales alquilaban mediante un contrato a los diferentes estados según los conflictos o necesidades. Muchos de estos empresarios -entre los que había un gran número de pequeños nobles- no siempre tenían el permiso de sus monarcas y hasta la Paz de Westfalia (1648) muchos príncipes alemanes no controlaron estrictamente este negocio en sus posesiones; debido a ello fue muy común el establecimiento de ejércitos privados mercenarios que no tenían ningún control estatal. Por eso destaca especialmente que el monarca español acaparara ya la capacidad para reclutar españoles, los más valorados de entre todos sus soldados, imponiendo un férreo control administrativo.


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