La planificación es parte de la Victoria. Y las guerras cántabras fueron
una contienda bélica que exigió una cuidadosa planificación militar ultimada,
seguramente en Tarraco, por Augusto y sus generales durante el invierno del 26
a.C.
Hispania en 218 aC. Menendez Pidal. |
Basándonos en lo que cuenta Joaquín González Echegaray en "Las
guerras cántabras en las fuentes", Roma tuvo que tener en cuenta las
condiciones geográficas del teatro de operaciones: un territorio muy montañoso,
respaldado al norte por el mar. Las costas debían ser ya conocidas y hasta
cierto punto registradas por los navegantes griegos y romanos, ya el geógrafo
Pomponio Mela se refería a viejas fuentes en la primera mitad del siglo I d. C.
Estas circunstancias imponían un cuidadoso y bien pensado plan de
ataque, pues las circunstancias topográficas eran en conjunto adversas y ésta, junto
con la fiereza y valor de sus habitantes, resultaba una de las causas de que,
pese a los ataques romanos precedentes, aún siguieran manteniendo su
independencia estas gentes hispánicas.
Se estudió el cuerpo de mandos, principalmente los generales, que debían
dirigir la campaña. Hasta entonces habían intervenido hombres de mucho
prestigio, como Statuilio Tauro, aquel año 26 a. C. colega en el consulado con Augusto,
que era el militar más destacado del momento después de Agrippa, con
experiencia en las guerras de Sicilia, Iliria y África, el cual había peleado
contra los cántabros y vacceos el año 29 a. C.24 Otro era Calvisio Sabino, uno
de los incondicionales de Augusto, cónsul el año 39 a. C. y destacado almirante
de la flota, que luchó contra los cántabros en el año 28 a. C. obteniendo por
ello un triunfo en Roma. Finalmente estaba Sexto Apuleyo, cónsul el año 29 a.
C., pariente de Augusto y otro de los más prestigiosos generales, que aquel mismo
año 27 a. C. había conseguido alguna victoria sobre los cántabros. Vamos, la "creme"
de la "creme".
Ahora, Augusto en Tarragona contaba con dos nuevos generales, Antistio y
Carisio, a quienes había nombrado legados de la Citerior y de la Ulterior, con
el fin de que se encargaran directamente de los ataques contra cántabros y
astures respectivamente. Antistio Vetus fue cónsul suffectus en el 30 a.C.,
pertenecía a una familia de militares expertos y había desempeñado importantes
cargos en Siria . Publio Carisio era un general que había tomado parte en las
guerras civiles y era hombre cruel y de carácter despótico.
Tras la contienda de los años 26-25 a. C., los sucesivos episodios de la
guerra estuvieron a cargo de Lucio Elio Lamia en el 24 a. C., perteneciente a
una familia de abolengo y a quien Horacio menciona en una oda; Cayo Furnio en
el 22 a. C., que llegó a ser cónsul en el 17 a. C. y era hijo de un antiguo
partidario de Antonio, el cual había sido gobernador de Asia; P Silio Nerva,
amigo personal del emperador, cónsul en el año 20 a. C., experto militar en
campañas de montaña, que iba a contribuir decisivamente a la conquista de los
Alpes; y finalmente M. Vipsanio Agrippa, el vencedor de Accio, primer estratega
del imperio y constructor del Panteón.
Augusto envió a Cantabria a lo mejorcito del generalato del momento y,
como Agrippa, de la historia de Roma. El emperador quería asegurarse la
victoria en una contienda dura.
Marco Vipsanio Agrippa |
Otro asunto dentro del plan estratégico fue el acopio de tropas para la
campaña, la mayoría de las cuales se hallaban ya acantonadas en el país. El número
de legiones que las distintas fuentes, sobre todo epigráficas y numismáticas,
citan en la campaña, se eleva al menos a ocho: I Augusta, II Augusta, IV
Macedónica, V Alaudae, VI Victrix, IX Hispanensis, X Gemina y XX Valeria
Victrix. Ello supone un total de
efectivos de alrededor de 50 .000 hombres, a los que habrá que añadir casi otros
tantos integrados en las tropas auxiliares .
Tan alta cifra ha hecho pensar a algunos autores que no estuvieron todas
las unidades cuando Augusto se puso al frente de la lucha. Así, por ejemplo,
las legiones II y IV habrían llegado después de la marcha de Augusto, y quizá
también la VI, aunque los argumentos que se presentan para probarlo resulten discutibles.
En todo caso, sea en el año 26 a.C. o en el 19 a.C., la ingente concentración
de tropas es innegable. Gales se conquistó con tres legiones.
No puede negarse, pues, que Augusto se tomó muy en serio la guerra y que
ésta fue planificada con todo esmero y sin escatimar recursos, aunque contaba
ya con la existencia de casi todas las tropas en Hispania, y de ahí también el
interés político en asumir el mando directo de toda la península.
Otro problema a solventar: el avituallamiento, tanto más cuanto que únicamente
con la supervivencia sobre el terreno, o que se refería a Cantabria y a la
Asturias transmontana, dada la naturaleza montañosa y la pobre economía del
país este ejército no podría sobrevivir.
El abastecimiento de los dos grandes campamentos debía hacerse con trigo
procedente de otras regiones cerealística de Hispania. El ejército de la Citerior,
cuyo campamento base estaba en Segisamo, tendría almacenes (horrea) con trigo y
cebada procedentes de esta provincia, tanto del valle del Ebro por la vía que
venía a través de Virovesca (Briviesca), como del propio territorio de los
Vacceos (Tierra de Campos) por la vía que venía de Pallantia y Septimanca . A
su vez, el ejército de la Ulterior (por entonces esta provincia fue dividida en
Bética y Lusitania, recibiría las provisiones, procedentes de Andalucía,
Portugal, Extremadura y los campos de Salamanca, con destino al campamento
principal de Carisio, situado al sur del Duero y cuyo emplazamiento
desconocemos, ya que el de Astúrica Augusta (Astorga), internado en pleno
territorio astur, tiene que ser de un momento posterior, probablemente del año
25 a.C.
Los dos campamentos base estarían, además, bien comunicados entre sí por
la calzada, que saliendo de Segisamo y descendiendo por el Pisuerga, llegaba al
Duero. Sin embargo, no se consideró suficiente el aprovisionamiento con víveres
de la Península y, por eso, se tomó la decisión de traer trigo del sur de la
Galia, según nos cuenta Estrabón. Estas mercancías vendrían por los caminos de
la costa, aprovechando que Caristios, Várdulos y Autrigones, los ocupantes del
actual País Vasco, eran aliados de Roma, y, sobre todo, hay que pensar en el
transporte marítimo, que verosímilmente se haría hasta el Portus Amanum (Castro
Urdiales), desde donde partía una vía que, bordeando el territorio cántabro y
¿pasando por Las Merindades?, llegaba hasta el mismo Segisamo.
Durante las mismas operaciones y, sobre todo, en los años de relativa paz,
como debieron ser en Cantabria el 25, el 23, el 21 y el 20 a. C., se procedió a
reparar los caminos y a construir nuevas vías dentro del propio territorio, con
el fin de facilitar el desplazamiento de las tropas y su abastecimiento. El
miliario más antiguo de Cantabria es de la época de Augusto, del año 12 d. C. y
fue hallado en Menaza, justamente en el camino de Segisamo hacia la costa. El
que esta calzada fuera reparada algunos pocos años después de la guerra,
colocándose en ella nuevos miliarios, no obsta para que su construcción
originaria sea anterior.
Queda pendiente aún el tema estratégico de si se planeó o no una ofensiva
simultánea con distintas líneas de penetración desde la base de operaciones,
para abarcar a Cantabria y Asturias, o si, por el contrario, las operaciones
contra cada uno de estos pueblos fueron sucesivas. Es éste un tema que ha
dividido a los estudiosos modernos. Desde luego, una operación combinada
supondría una estrategia eficaz, pero implicaría también la coordinación de las
tropas en un teatro de guerra muy amplio con todos los problemas que ello
implica.
Pero parece que así fue.
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